Ésta es la entrada 120 de este blog. En México seguimos en cuarentena, viviendo la enseñanza a distancia, la cual está resultando muy pesada para todas las personas con las que he hablado (papás, profesores, alumnos), por lo que pensé en escribir algunas reflexiones al respecto.
Los que somos profesores por vocación, más que enseñar, acompañamos el aprendizaje de nuestros alumnos (ver lo que escribí sobre acompañar el aprendizaje aquí). Eso implica una interacción constante que, bajo las circunstancias actuales, se ha visto muy limitada.
Quizá la forma virtual más cercana a una clase presencial es la conferencia en el horario de clases, con todos los alumnos con sus cámaras prendidas y micrófonos apagados, para que haya orden. Sólo que si las cámaras están prendidas se puede poner todo muy lento, pueden congelarse las imágenes, etcétera, entonces mejor solicitamos que los alumnos las apaguen y… perdemos conexión visual con ellos.
Dependiendo de la edad de los estudiantes, el control del prendido y apagado del micrófono y de cuándo es correcto participar, y cuando es necesario estar en silencio, también puede complicar las sesiones.
Acabo de estar en una capacitación, como asistente, y entendí varias cosas que pasan del otro lado. Como alumno, es muy sencillo distraerte sin que el profesor se dé cuenta, porque no te está viendo y tú tienes una tentadora pantalla enfrente, con un montón de pestañitas que te invitan a explorar otras páginas mientras escuchas y, según tú, aprendes.
Creo que hay algunas plataformas en las que puedes «levantar» la mano mediante un botón y esperar pacientemente a que el profesor se dé cuenta y te pregunte cuál es tu duda, pero lo regular es que, si de repente te perdiste y estás interesado en reencontrar el camino, abras el micrófono e interrumpas con voz, algo que es menos probable que ocurra en presencial, porque el profesor voltea constantemente a ver quién está levantando la mano, en silencio, pidiendo una oportunidad para preguntar.
También me pasó que la imagen se congeló y no correspondía con lo que se escuchaba. Aprender algo nuevo es suficientemente confuso cuando hay sincronía, imaginen estar viendo lo que el profesor señaló hace un minuto mientras él está hablando de lo que se proyectará un minuto después…
Toda una aventura.
Volviendo a la faceta de docente virtual, cuando preguntamos: ¿alguna duda? el silencio que le sigue es terrible. En una clase presencial podemos ver a los alumnos y darnos cuenta de si es apatía, incomprensión total (que no permite ni siquiera articular una pregunta) o comprensión razonable, que hace pensar que no hay dudas. En una conferencia virtual no hay forma sencilla de saberlo.
Si después de eso el profesor pide que alguien lo acompañe a hacer un ejercicio, puede que ese estudiante no esté en ese momento (yo prefiero pensar que fueron al baño o por algo para tomar, en vez de pensar que dejaron la computadora prendida y se «saltaron» la clase, aunque sospecho que sí ha ocurrido varias veces). También puede pasar que no se haya atrevido a preguntar, pero realmente no haya entendido lo suficiente. En una clase presencial, las expresiones nos ayudan a elegir a quién preguntarle, para acompañarlo a entender. En una pantalla llena de nombres, iniciales, fotos o avatares, vamos a ciegas.
En un salón de clases, el alumno de al lado puede ayudarle a su compañero a entender algo durante la sesión; cuando es en línea no sé qué tanto ocurrirá que los alumnos se comuniquen por un canal alterno para explicarse algo sobre la marcha, pero lo dudo, al menos en matemáticas.
Nunca pensé que diría esto, pero extraño tener un altero de papeles físicos con ejercicios por calificar. Evaluar en pantalla vuelve más impersonal el proceso y, en lo que nos acostumbramos, es raro, tardado, poco práctico.
Y al evaluar con reactivos de opción múltiple mediante algún programa, se pierde casi por completo la observación el proceso de pensamiento del alumno, pues normalmente el sistema nos indica cuántas respuestas buenas y malas obtuvo, pero tendríamos qué entrar al detalle para ver qué contestaron y francamente no tenemos tiempo para andar haciendo eso en estos días.
Aunque hay ciertas instituciones en las que la clase debe estar rígidamente estructurada con lo que se hará cada minuto (agradezco que no sea mi caso), mi percepción personal es que dar clases en más arte que ciencia. Se lleva una muy buena idea de lo que se va a hacer y se va sintiendo al grupo y modificando el plan en consecuencia. Tengo muchos años dando la misma materia dos veces seguidas el mismo día y nunca es la misma clase, incluso algunos ejercicios o sus desarrollos cambian, según las preguntas que surjan.
En estas semanas que llevo dando clases virtuales, las preparo lo mejor posible, dado que no podré ver sus caras, y luego las explico y acompaño lo mejor posible y… se acaban pareciéndose mucho una a la otra, porque, al no «sentir» al grupo, me alejo muy poco del plan original.
Como consecuencia, voy más rápido en el temario y eso no sé bien cómo interpretarlo. Puede parecer bueno, pues me dará oportunidad de retomar al final algunos ejercicios extra de los primeros temas, antes de la evaluación, pero no dejo de sentir que es porque algunos alumnos se van quedando atrás de formas que no logro percibir.
Retomando lo de preparar «lo mejor posible», el diseño de un curso cambia muchísimo según cómo será ejecutado. Si es sin interacción, como muchos que hay en línea, debe quedar todo muy explícito y se debe avanzar de forma muy bien estructurada. Cuando se tiene la interacción de una conferencia en vivo, también debe estar muy bien estructurado, pero no todo tiene qué estar ahí escrito, porque mucho se puede decir o aclarar sobre la marcha, aunque no se «sienta» al grupo como para reencaminar los esfuerzos. Las clases en presencial serían las menos rígidas, al haber más posibilidad de ajustar sobre la marcha. Considero que eso las hace más sencillas de preparar, siempre y cuando el profesor tenga la experiencia y el conocimiento como para resolver lo que surja en el momento.
Creo que un curso sin ninguna interacción sería lo más parecido a sólo «enseñar», mientras que un curso con gran interacción y compromiso por parte del profesor sería lo más parecido a «acompañar el aprendizaje».
Sólo que acompañar tantas horas a través de la pantalla me parece poco práctico, además de extenuante. Entiendo que cuando los profesores cambian cada hora o dos horas, es pesado, pero puede funcionar, pero para un profesor de primaria que tenga muchas horas al día con el mismo grupo debe ser un gran reto. Aunque no lo crean, dar clases sentado o parado frente a una cámara sin moverse a lo largo de un pizarrón de tamaño regular es mucho más cansado que hacerlo moviéndose por todo el salón.
Mi hija está en sexto de primaria y creo que logran un equilibrio razonable teniendo una hora de interacción y otras dos de trabajo personal por cada maestro (español e inglés).
Para aquellos papás que piensan que nos estamos excediendo en la cantidad de tareas, quizá no han notado que la nueva dinámica requiere mucho más autonomía, autogestión y autoaprendizaje. Sí, implica más tiempo del alumno en cosas de la escuela porque la responsabilidad de aprender se trasladó de forma importante hacia ellos.
Todo profesor sabe que esa responsabilidad es del alumno, y, a la vez, sabe que tiene un programa qué cumplir. Ambas circunstancias pueden ser incompatibles en el tiempo disponible. Si en las clases regulares se les espera hasta que logren aprender por descubrimiento y de forma autogestionada, probablemente no se cumplirán los programas. Por eso usamos algunos atajos para facilitarles ver lo que tienen qué ver, aunque sepamos que eso no está del todo bien.
A distancia algunos de esos atajos son más difíciles de emplear, o de que salgan bien sin nuestra cercana vigilancia, así que podemos optar por el camino de: «investiguen, aprendan y contesten». Va a ser mucho más tardado para el alumno, pero vendrá acompañado de un doble aprendizaje: aprenderán la materia y a valerse por sí mismos para aprender.
Así que esa sobrecarga que perciben papás y alumnos puede encerrar un segundo aprendizaje valioso.
O puede no hacerlo. Cuidemos que así sea.
Sé que hay alumnos, papás y profesores en situaciones mucho menos benévolas que éstas que comenté aquí. Les externo mi admiración por el esfuerzo realizado para sacar adelante el ciclo escolar lo mejor posible.
Y reitero mi solicitud para que, cuando podamos volver a estar en clases con nuestros alumnos, consideremos seriamente evaluar sus conocimientos y partir de ahí nuestra enseñanza, sin asumir que aprendieron en estos días todo lo que se esperaría, según el programa.
Cerraré esta entrada con unas preguntas para que cada quién continúe su reflexión y, de ser posible, la comparta en los comentarios: ¿Qué otras situaciones extrañas les han ocurrido en estos días? ¿Qué han aprendido de esta situación? ¿Qué de lo que tuvieron qué implementar forzosamente seguirán haciendo cuando esto termine? ¿Qué harán diferente tanto a lo actual como a lo anterior?
Como siempre, gracias por leer y compartir.
¡Hasta el siguiente miércoles!
Rebeca
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